jueves, diciembre 21, 2006

MODA Y ANOREXIA

Se llamaba Ana Carolina Reston; tenía 21 años, medía 1´72 y pesaba 40 kilos. Era una modelo brasileña. Hace un mes ingresó en un hospital de Sao Paulo con una insuficiencia renal producida por una anorexia severa. Murió. Su madre relacionó, en unas declaraciones públicas, su extrema delgadez con su profesión y pidió a todos los padres cuyas hijas quieren ser modelos que no permitan que les ocurra a ellas lo que fatalmente terminó ocurriendole a la suya.
En Youtube he encontrado varios videos de homenaje. He escogido éste de Bloodyhans:


Las cosas, sin embargo, empiezan a cambiar. Si este año la Pasarela Cibeles no ha admitido a modelos con poca masa corporal, hace pocos días nos hemos enterado de que la Pasarela de Milán tampoco va a admitirlas en los desfiles que celebrará el próximo mes de febrero.
Poco a poco se va imponiendo el sentido común y se está tomando conciencia, en el mundo de la moda, de que la delgadez, si no es sana, no es bonita. Es algo sobre lo que he escrito repetidas veces; por ejemplo, este artículo que publicó CYT, en el mes de enero de 2000, y que titulé "LA PASARELA DEL HAMBRE":

"Hay quien piensa que muchos de los actuales diseñadores de moda no hacen otra cosa que vestir a la mujer como si fuera el efebo que llevan dentro. De ahí la búsqueda constante de cuerpos estilizados y juveniles que sirvan para lucir una ropa femenina elegante y, sin duda, moderna que no encuentra apoyo en las caderas ni recogimiento en los pechos porque su misma delgadez lo rechaza como algo antinatural.
Bien mirado, da la impresión de que, en realidad, no hacen otra cosa que vestir la osamenta del hambre o embellecerla, como si cada desfile se tratara de un catálogo abierto de una ONG con el sugestivo nombre de Moda en Acción ,Diseñadores sin Fronteras o Anoráksicos Unidos.
Claro que se trata de vestir el hambre con cierta clase, nada que ver, ni por asomo, con la hambruna africana, pobre y sin hache porque, como diría Gómez de la Serna, se la han comido.
No. Esta es un hambre pret-a-porter, silenciosa y de diseño, absurda y capitalista, bien perfumada y triste, tan cuidada en sus pequeños detalles que termina resultando más grato para la vista contemplar esos cuerpos de mujer hambrienta, enfundada en un vestido con tantas transparencias que se les transparenta, naturalmente, el hambre, desfilando por una pasarela que si lo hiciera, con toda su buena disposición de hambriento escogido y, por lo tanto, privilegiado, cualquiera de los setecientos noventa millones de famélicos que, según la FAO, hay en el mundo.
Entre esta hambre con olor a katinga y a parrús, mísera y endémica, pobre y con moscas, solemne y multirracial, y aquella otra de espina y rosal, aberrante y solapada, estúpida y suicida por plegarse a la estética estéril de la moda y al cuidado enfermizo del cuerpo, hay un punto de encuentro que es la muerte, sin más.
Pero el hambre del pobre tiene la muerte escrita de su propio destino y el hambre del rico, la muerte inútil que, a veces, florece en la abundancia como una reacción ante ella, agresiva y violenta.
No dejo, por tanto, de preguntarme, cuántas víctimas serán necesarias, aquí y allá, en esta sociedad de consumo y en aquellas sociedades consumidas, para que los Gobiernos, y no los pueblos ,tomen conciencia de una vez por todas, de tan grave problema.
La FAO parece haber arrojado la toalla cuando reconoce que nunca podrá alcanzarse una distribución igualitaria de los alimentos. Nosotros no debemos hacerlo; así que empecemos por no convertir el hambre en un artículo de lujo.

Felipeángel (c)

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