miércoles, febrero 28, 2007

SOLANA
























Hay fechas que son como las arenas movedizas del calendario; nunca son las mismas y, sin embargo, las celebraciones no cambian. Me refiero a los Carnavales y a la Semana Santa.
Decir que José Romano Gutiérrez Solana y Gutiérrez Solana Gómez de la Puente y Montón de Abril- a partir de ahora, Solana, a secas -nació el Domingo de Carnaval, como César González Ruano, no es decir lo mismo, aunque lo parezca, porque el pintor vino al mundo el 28 de febrero de 1886, en el 4º principal del número 9 de la calle del Conde de Aranda, y el articulista, el 22 de febrero de 1903, en el número 6 de la calle Conde de Xiquena, ambas vías de diferentes barrios de Madrid, pero no muy lejos una de otra.
Los dos fueron hijos de familia, como se decía entonces, con porvenir halagüeño a la vista pero la vida terminó torciendo sus caminos; el de César, con la ruina de su padre que, mal aconsejado, lo perdió casi todo en una "desdichada e incomprensible jugada de bolsa" y el de Solana, con la temprana muerte de su progenitor, de un hermano y de una prima, causa principal de la locura consiguiente de su madre.
Para A. M. Campoy, su infancia fue feliz; para Ramón Gómez de la Serna, no. Lo que no cabe duda es que muchas de sus experiencias infantiles terminaron reflejadas en sus cuadros y en sus escritos y que todo ese mundo da la España Negra, que tan detalladamente describió, se encontraba a pie de calle, esperando a ser pintada y contada.
Solana fue un pintor tenebrista y los colores de su paleta responden a esa esencia de su pintura; pudo pintar lo hermoso pero eligió lo feo; pudo acercarse a lo más vital pero prefirió lo muerto o lo que tenía su aspecto.
Dice Ramón Gómez de la Serna -o de la Sarna, para sus enemigos, o de la Sorna, para sus adláteres- en su biografía , que a "los retratos de Solana les crece la barba" ; a mi me parece una observación muy acertada porque, si se miran bien, el artista no intenta captar el momento del retratado, ese gesto psicológico que puede darnos una idea clara del personaje sino cómo lo imagina inmediatamente después de muerto, que es como parecen que están casi todos. Esto que digo se aprecía muy bien en el cuadro "La peinadora" o en " Los chulos" o en "El Lechuga y su cuadrilla", entre otros.Y a los muertos, ya es sabido, lo primero que les crece son el pelo y las uñas.
Con esta capacidad de ver la muerte en los rostros de la vida, parece cuanto menos extraño que el adorador de los ismos lo escogiera para pintar su cuadro más famoso: "La tertulia de Pombo".


Solana no vivió mucho -59 años- pero disfrutó de sus aficiones y de su soltería, de sus viajes, sus correrías por el Rastro y de sus observaciones.
Sus libros -"La España Negra", tan cercano al de Emile Verhaeren; "Madrid, escenas y costumbres", "Madrid callejero", "Florencio Cornejo",...- sufrieron más la censura que sus cuadros siendo, unos y otros, complementarios en las descripciones y en los temas. Allí están las procesiones de Semana Santa que, año tras año, siguen aún ocupando las calles de un país con un Estado laico y aconfesional; los más variados oficios; las más lúgubres fiestas; la muerte y la guerra, ambas tan cercanas a las representaciones pictóricas de El Bosco, Goya o los expresionistas europeos, como Grosz; y el Carnaval que le vio nacer, confundidas las charangas con las campanadas de parto, con sus máscaras y sus esperpénticos personajes, tema favorito también de un pintor tan cercano en el tiempo como el belga Ensor.


A Solana, sin ser un pintor olvidado, lo rehabilitó como escritor Camilo Jose Cela en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua el 26 de mayo de 1957.
Lució, como acostumbraba a decir, la primera barba contestaria del franquismo e hizo un pormenorizado análisis de sus seis obras observando, dijo, "que la constante más clara de su labor literaria fue la de la consecuencia consigo mismo, la de la lealtad a su propio mundo".



Hoy José Gutierrez Solana es un pintor en alza y un escritor de minorías. Uno de sus últimos cuadros, "La cupletista", se vendió por 591.682 euros, más de 98 millones de pesetas. Cuando me acerco al Reina Sofía termino siempre contemplando su obra. Es como un imán. El imán de la España que fue y que aún es, de la verdad de la vida... y de la muerte.

Felipeángel (c)




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