jueves, julio 17, 2008

MUCHO CUENTO: "ANATOMÍA DEL ASCO", DE WILLIAM IAN MILLER


"En su" Discurso n° 4", Samuel Johnson aconseja sobre cómo tratar la cuestión de los vicios en la literatura de ficción:

"Los vicios, ya que es necesario mostrarlos, siempre deberían dar asco; la gracia de la alegría o la dignidad del coraje no deberían aparecer demasiado unidas a los vicios, no se vaya a pensar que es posible reconciliarlos. Aparezcan donde aparezcan, deberían suscitar odio, por la maldad de sus acciones, y desprecio, por la mezquindad de sus estratagemas; porque mientras cuenten con el apoyo del talento o el espíritu rara vez se aborrecerán sinceramente." (1)

Según Johnson, nuestra capacidad moral depende de que se puedan activar adecuadamente sentimientos y pasiones aversivos, sobre todo asco y aborrecimiento, con la ayuda de emociones como el odio y el desprecio que nos invaden en determinadas circunstancias. Los moralistas como Johnson se abstienen de definir el vicio como aquello que da asco, porque para los moralistas de este tipo, nuestros mecanismos del asco no son tan sensibles como deberían serlo. Nuestra disposición a rechazar algo es demasiado torpe o nosotros somos demasiado afables y estamos demasiado dispuestos a perdonar. Si se mezcla con gracias como la alegría, o virtudes como el coraje, el vicio no se aborrecerá como merece, por no hablar de aquellas personas a las que el puro vicio es lo que les atrae sin ningún reparo. Sin embargo, un estilo más novedoso de moralistas, según el cual la tolerancia y el respeto a las personas son virtudes fundamentales, desearía que nuestra sensibilidad hacia el asco fuera menor para que tendiéramos menos a considerar lo diferente y lo extraño como fuentes de asco. No obstante, seamos o no puritanos, expresamos muchos de nuestros juicios morales primordiales con los modismos del asco. La cuestión no es si el asco actúa en el ámbito moral, sino cuáles son su alcance y su objeto correctos y su fiabilidad en este ámbito.
Pensemos lo difícil que es, en una conversación normal, expresar juicios morales sin recurrir a los modismos del asco o hacer referencia al concepto de lo asqueroso. Cuando se trata de personas o acciones decimos, como ya se ha señalado anteriormente, cosas como las siguientes: Me pone los pelos de punta. Esto me pone la carne de gallina. ¡Puaj! Esto me da ganas de vomitar. ¡Eres repugnante (repulsivo, asqueroso) !En un registro más amplio hablamos de caracteres y hechos viles, odiosos, aborrecibles y detestables. Por supuesto, Johnson no tiene motivo alguno para alegrarse a no ser que estemos emitiendo estos juicios aversivos sobre cosas genuinamente depravadas. Sabía lo que era el vicio y tenía que ir unido al asco (2) ; pero nuestro discurso parece invertir el orden. Percibimos qué produce asco y tendemos a embuirlo de un estatus moral anómalo sólo por esa razón (3) . Los autores suelen recurrir a menudo a esta capacidad moralizadora que tiene el asco, cuando dirigen nuestro juicio moral contra órdenes sociales en su conjunto, a través de la descripción circunstancial de las cloacas de una ciudad, la fetidez de un río y la inmundicia y suciedad de un internado: "Londres, eres el Jardín sembrado de pecado, el mar donde vierten sus aguas todos los sucios canales del Reino" (4). Lo que exaspera a Johnson es que el asco no se genera tan fácilmente como él desearía ante cosas que considera depravadas; el vicio suele ser demasiado atractivo; si no fuera así, no constituiría una tentación y una amenaza para el orden social y moral. Sin embargo, en mi opinión, Johnson pide demasiado, porque, si bien es cierto que el asco tiene un gran poder para hacer frente a algunos vicios, no es así en todos los casos.
Los modismos del asco, como son tan viscerales, poseen algunas virtudes a la hora de expresar tesis morales. Indican seriedad, compromiso, irrefutabilidad, presencia y realidad. Hacen que la moral baje de las nubes donde suele encontrarse a menudo, se la arrebatan a los filósofos y teólogos y nos la devuelven con una venganza. El meollo cotidiano de la decisión moral, el control moral, la educación moral y el discurso sobre la moralidad es más fácil que haga referencia a lo asqueroso que a lo bueno y lo que está bien. Nuestro discurso moral indica que nos sentimos más seguros de nuestros juicios cuando reconocemos lo que está mal y lo feo que cuando se trata de lo bueno y lo bello. Y esto se debe, en parte, a que el asco (que es el medio por el cual solemos experimentar lo malo y lo feo) tiene visos de verosimilitud. Es algo inferior y sin pretensiones y, por eso, lo consideramos digno de confianza, aunque sabemos que incluye cosas que nos deberían dar que pensar. Los modismos del asco permiten que nuestro cuerpo se escude tras nuestras palabras, le ponen a salvo para hacer que éstas sean algo más que meras palabras.
Quiero examinar tres importantes cuestiones en este capítulo. En primer lugar, ¿existen vicios y defectos morales determinados que susciten asco de manera cotidiana y adecuada? Y, si es así, ¿qué supone esto para esos vicios determinados? Nos vamos a centrar en la estupidez y la hipocresía, sobre todo, porque la segunda figura entre los tipos de males necesarios y compromisos morales que suelen considerarse como aquello que otorga a las profesiones de la abogacía y la política su carácter moral un tanto desagradable. La segunda cuestión nos introduce en un intento de distinguir los mecanismos por medio de los cuales el asco realiza su labor moral. Contando con Adam Smith como guía, nos centraremos en la predisposición a experimentar el asco vicariamente y por simpatía. En tercer lugar, nos ocuparemos de los defectos morales del asco entendidos como sentimiento moral. El asco tiende a realizar su labor moral con demasiado celo. El pretende incluir cosas en el ámbito moral que a nosotros nos parece, y con razón, que deberían quedar fuera. En lo que a esto se refiere, el análisis se centrará en el deber moral, al estilo de Goffman, de mantenerse al margen o pasar desapercibido en ciertas ordenaciones morales. "

Leer más

1 comentario:

Ele Bergón dijo...

El asco, como casi todas las emociones, es aprendido y son nuestros ancestros y la sociedad que nos ha tocado vivir los encargados de perpetuarlo.

Hace unos años estuve en Borisov, una ciudad de Bielorrusia y cuando estábamos en la estación de trenes tuve la necesidad imperiosa de ir a mear, por lo que me indicaron los lavabos. No soy escrupulosa pero cuando entré en sus wáteres, sentí tal asco que sopesé unos momentos mi situación. Venció, como siempre, la necesidad y allí evacué mi vejiga. Cuando salí, me di cuenta que Tatiana, la hija de mi amiga que vivía en aquel país, no tuvo ningún tipo de duda y asco. Y sin embargo yo tuve que aguatar las ganas de vomitar.

Es este un tipo de asco que puedieran llamar físico y que depende mucho de las costumbres y de las personas.

Hay otro asco, que creo es el que se refiere el artículoal que haces referencia y que no he terminado de leer porque me cansa, que puediera ser más, psicológico. Es la repugnancia que te producen ciertas personas y sus conductas. Aunque hagamos llegado a mínimos acuerdos, para saber lo que es innaceptable, sigue siendo todo muy subjetivo y excusable.

Las imágenes de tus entradas las puede mirar sin asco, unas me gustan más y otras menos, pero nada más. Sin embargo la entrda de palabraria Usgo, casi la pude ver porque me recordaba aquella estación de Borisov y creo que hasta sentía el olor.

Buen verano.