jueves, agosto 28, 2008

MUCHO CUENTO: "EL HOMBRE DEL 38"

EL HOMBRE DEL 38

Comencé el día viendo gente desagradable; esto no me ocurre con frecuencia, lo confieso -ya no suelo salir mucho- pero cuando pasa, como hoy, siempre me acuerdo de mi 38 escondido en el hueco de las arañas, allí donde convergen los tubos de la bañera y el humus del bacín, y pienso en su precisión; lo hago como quien duerme; tiene otras muchas cualidades, lo sé, pero, sobre todo, me agrada ésa, que se muestra preciso en todo momento, resulta tan seguro, cada disparo es tan certero que, aún desnudo sobre la cama y la habitación a oscuras, puedo cerrar los ojos y, a solas, recrearme en los posibles movimientos de la víctima propiciatoria y adivinar el punto exacto de su cuerpo donde meteré la bala. Tanta gente desagradable como he matado y siempre he visto la misma sonrisa de hiena en el último momento, sin color, flotando en un charco de sangre como un barco a la deriva, pero ya esto tampoco es muy frecuente.
Por alguna razón que ignoro a la gente desagradable muerta termina defendiéndola gente desagradable que aun no lo está y, de la noche a la mañana, como si nosotros, me pregunto, no fuéramos un bien preciado en peligro de extinción, son capaces de orquestar oscuras campañas de prensa en contra nuestra, tan desagradables como ellos mismos, y todo resulta un poco penoso para las pocas personas que vamos matando gente así de un modo indeterminado, sólo por intentar hacerle la vida más dulce, más llevadera y armónica a los demás.
Sin embargo, tarde o temprano, sé que el encuentro resultará inevitable y dentro de mí comienza a moverse el mecanismo de la búsqueda. Es un proceso interior de purificación que se desarrolla cuando se apagan todos los gritos y desaparecen los grandes titulares de las portadas de los periódicos y abro la ventana y me invade todo el hedor desagradable de la ciudad y salgo camino del autobús y llego a la parada y lo espero y viene y subo y me pregunto quién tendrá la mala suerte de pisarme hoy, de mirarme mal, de no ceder el asiento a una viejecita asmática y tuberculosa que, seguramente, guarda una navaja de seis dedos en el bolsillo de su blasier; cómo será el tipo que ignora que tengo un 38 escondido en el vientre oscuro de la bañera con su capa de grasa y su paño de bayeta envolviéndolo como la piel de una babosa dormida, que me pisa y me mira mal y no cede el asiento a un viejecito reumático y canceroso, seguramente con una porra de Roberto Alcázar y Pedrín escondida en el cálido interior de su gastado dodotis; quien será esa mala bestia que termina por bajarse en la última parada del recorrido y que sigo, como un penitente, por los sucios bronquios de la ciudad hasta el pequeño pulmón de su casa.
Comencé el día viendo gente desagradable -creo que lo he dicho en alguna parte de esta historia- y cuando tuve elegida la víctima, bien calculado el riesgo y la coartada, saqué mi revólver del nido del alacrán adormilado por el cloroformo de mis deyecciones, apagué todas y cada una de las luces de mi habitación y, tendido en la cama, lo desarmé y lo armé a oscuras, como un ciego arma y desarma el rompecabezas lascivo del cuerpo de una mujer, hasta que todo terminó colocado en su exacto lugar y sentí entre mis dedos la suave curva del gatillo y me apunté a la cabeza y supe que todo estaba bien en ella cuando oí el sonido del percutor horadándome el muro de la razón y el cenagal del miedo. Poco después, con el súbito impulso de los héroes, me lancé a la calle. Ludiéndome con las esquinas, no había mirada que no recogiera ni movimiento fugaz que no interpretara ni gesto que me pasara inadvertido hasta que, de pronto, vi la imagen de un tipo desagradable que no era el tipo desagradable que yo andaba buscando, pero daba igual, sentí un gran silencio a mi alrededor y, sin dudarlo un segundo, saqué del fondo de la chaqueta mi 38 recién cargado y disparé y se rompió en mil pedazos la luna de azogue del escaparate y entonces supe que había matado mi propia imagen, la misma imagen de tipo desagradable que yo también llevaba dentro. 

Felipeángel ( c )-1999

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