martes, octubre 21, 2008

DÁMASO ALONSO

De vivir aún, Dámaso Alonso cumpliría mañana 110 años. Con motivo del Centenario de su nacimiento, que no se celebró en Madrid con la importancia debida, escribí este artículo titulado "Dámaso", que publicó el "Diario de Alcalá" el 8 de Octubre de 1998:


DÁMASO


Entró el otoño vestido de septiembre y, en esta pasarela eterna de las estaciones, Madrid es una ciudad llamada Dámaso que luce la tristeza con el mismo decoro y la misma elegancia de los poetas decadentes de principios de siglo.
Madrid es una ciudad llamada Alonso que cae en el olvido de su propio nombre cuando, de todos los que la nombraron, el poeta la nombró mejor que nadie; la desnudó, de una vez, con la navaja de un verso y le resteñó la ira, ante el asombro de la verdad sitiada, con un libro sincero y demoledor.
Comentaba José Hierro que nadie menos airado que Dámaso, erudito con nombre de Papa, y, sin embargo, no sólo rompió sus propias barreras modernistas, la poesía pura, el goce de la palabra que ya no se podía gozar, sino que levantó la teleraña de la angustia, versificó el espanto, la amargura y la crueldad.
No hace mucho, en Montevideo, a un ladrón le condenaron a leer un libro de 300 páginas por los 300 kilos de queso que había robado. Ahora que se acerca el Centenario del nacimiento de Dámaso, voy a aplicarme, con gusto, la misma condena; voy a releer su obra; voy a morirme de miedo con "Los insectos"; a sentirme tan sólo como la " Mujer con alcuza"; a estremecerme con los versos de "Insomnio"; o a creerme ciudadano del mundo mientras leo "Cuatro sonetos sobre la libertad humana".
Madrid es una ciudad llamada Dámaso que compra su casa y le empapela el recuerdo, pero qué poco entusiasmo muestra por divulgar su obra y acercarla a sus conciudadanos; cuánta laxitud se aprecia en quienes debieran alentar el uso y el abuso de la lectura, tranvía eterno de las eternas ideas. Lo digo sin fanatismo: habría que poner sus versos en las marquesinas de las paradas urbanas de la EMT; en los largos y concurridos andenes de las estaciones del Metro; en los vestíbulos ferroviarios; en los polideportivos municipales, por las aceras y las fachadas de las calles y los edificios de aquel Chamartín, ya tan lejano, del "...cardo corredor, de la lata vieja y del perro muerto" ; habría que sacar sus libros, como los de tantos otros, de las peceras de las exposiciones, del espacio cerrado y carcelario de las bibliotecas; habría que abrir más a menudo las ventanas de la curiosidad con el mismo anhelo con que nos abren los campos de fútbol o las plazas de toros por televisión.
A Dámaso, ya lo sabemos, a pesar de que, con 45 años se sentía un cadáver que se le estaba pudriendo encima, lo que realmente le dolia, lo que le dolían extraordinariamente eran los insectos y ahora, esta "Ciudad- Dámaso- Factoría- Colmena" se apresta a celebrar el Centenario de su nacimiento de una manera poco generosa, como si de tanto dolor antiguo y tanta injusticia de ahora lo más conveniente fuera guardar silencio.

Felipeángel- 6/10/98 - 21/10/08 (Revisado)

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