viernes, agosto 06, 2010

ÁNGELES (II)



ÁNGEL VIENE A SIGNIFICAR, más o menos, anunciar. O, pasando del verbo al sustantivo, mensajero. Se trata de un espíritu celeste creado por Dios para su ministerio. Esta voz conviene en general a todos los espíritus celestiales que pertenecen al último de los nueve coros. Luego están los arcángeles. El más nombrado es san Gabriel. Según el Antiguo Testamento, los ángeles fueron creados por Dios y tienen dos misiones especiales, a saber: ser mensajeros suyos para guiar y ayudar a su pueblo y asistir ante su trono en la jerarquía celeste. Ángel bueno, para entendernos, es el que no prevaricó, y que también puede funcionar como ángel custodio o de la guarda. Es el que Dios tiene señalado a cada persona. También es el nombrea que da el Apocalipsis a los siete pastores de las grandes iglesias de Oriente. Ángel de tinieblas o malo: diablo del infierno.



En San Miguel teníamos una réplica del Ángel de la Guarda, de Murillo, procedente de la catedral de Sevilla, que seguramente es una muchacha, por lo delicado del rostro, y que lleva de la mano a un niño de color amarillo y expresión tranquila.
De vez en vez, cuando no había que tocar novena ni funeral, yo, con mis hábitos, me daba una vuelta por el último de los nueve coros, que estaba en los buhardillones de San Miguel, entre retablos de carcoma y sillería gastada por los culos sedentes de tanta divinidad. Era una especie de tertulia, golfería o café de la gallofa celestial donde se jugaba a la brisca y se bebían licores bíblicos que no eran sólo el vino de consagrar.




Desde allí se veían los nidos de los vencejos y esa hierba absurda y verdísima que crece en la tejavana de las alturas. El noveno coro no era redondo, sino cuadrado, según conviene a la geometría de la parroquia, y allí se estaba toda la angeología, como en un mercado, compravendiendo las túnicas, echando lod dados y diciendo dulces blasfemias. Todo el moblaje antiguo que se pudría al sol, me resultaba fascinante, y casi como familiar, como si hubiera sido el desahucio de mi propia casa, cuando era el desahucio del cielo. Aquellos seres del noveno coro no bajaban nunca a la gran nave de la iglesia, que debía de parecerles cosa corrupta, vaticana y comida por el presente.




El cielo eran ellos. A fuerza de subir por allí, a media mañana, cuando ellos estaban como en el recreo de Dios, y yo en el recreo del párroco, conocí un día nada menos que al Arcángel san Gabriel, lo que en verdad no me trajo mayor sorpresa, ya que al Árcángel lo tenía muy visto, que estaba a la entrada de la iglesia (por los corredores, no por la principal) con un pez en la mano (no sé para qué), faldellín de puntilla corta y muslos casi de mujer, más el estofado de oro, ennegrecido por el tiempo, hasta el cobre carnal, o sea un primer sobresalto erótico, como si fuera una mujer, cuidado. Francesillo, cómo va a ser una mujer en muslos en este sagrado recinto. Me parece que ya se ha hablado aquí de cómo los tiempos, aquellos tiempos, nos robaban el tiempo, nuestro tiempo y nuestro cuerpo, dejándonos en la ignorancia de cómo el cuerpo del hombre también es mitológico para la mujer, pero empecé a observar cómo vírgenes necias y madres de familia observaban a san Gabriel, y la verdad es que le observaban demasiado.




En seguida se lo dije a los de la tertulia del alba en la sacristía, o sea don san Pedro de Arlanza y el torero Barbas:
-Aquí al que necesitamos es a san Gabriel Arcángel.
-Ése debe ser como maricona.
-No sé, pero me he fijado por las señoras y las señoritas, y le miran mucho los muslos a la salida de misa, cuando van ya santificadas, y hasta se les nota las ganas de mirarle por debajo de la puntillita.
-¿Nos vas a salir maricón, Francesillo? -me dijo don san Pedro, mirándome por encima del borde de su vaso.
-Estoy enamorado de Teresita Rodríguez, hija del jefe provincial del Movimiento, y ella de mí, y hacemos nuestras cosas en el Frondor, de modo que repórtese, don san Pedro.
-O sea que en lugar de maricón nos vas a salir fascista.
-Bueno, que a mí no me la menea el padre, sino la hija, de modo que ya está bien de bromas. Lo que digo es que si ganamos al Árcángel san Gabriel para nuestra causa con la devoción que se ve que le tienen las señoras y señoritas, ya está la beatificación resuelta. ¿Se le escucha mucho al Árcángel san Gabriel en el Vaticano, don san Pedro?




Don san Pedro hizo un deje:
-Más bien poco. Por el noveno coro, y perdona que insista en el tema, tiene fama de buja.
-En el noveno coro he estado yo, señores, y, efectivamente, allí pasa de todo. Hasta tiran los dados.
-Pues figúrate cuando sube esa preciosura -dijo don san Pedro de Arlanza, santo agrario y sobrio que no entendía ciertos vicios del cielo con la tierra.
El torero Barbas, don Rufo, reía su vino consagrado entre el barbamen negro y una mano gorda y morada con la que pretendía sujetarse algo, en el rostro, y no se sujetaba nada, la verdad.
-De todos modos -prosiguió don san Pedro-, no es mala idea el que las señoras del barrio asocien la beatificación de don luis con la devoción de san Gabriel, que don Luis, el pobre, no tiene mayores encantos machos, y las mujeres, Francesillo, hijo, qué le vamos a hacer, siempre son un poco putas, hasta las vírgenes necias, y perdona la manera de expresarse en un santo, aunque sea de sacristia.




(.../...)

Lo cierto es que, desde entonces, san Gabriel Arcángel asistió a nuestras conspiraciones nocturnas, a la luz de un velón de muerto, en cuya llama gorda encendía el torero Barbas sus puros de tarde grande en Madrid, cuando había, y accedió a que, colgado del pez que tenía su estatua en la mano, le pusiéramos un cartelito -que yo hice con la más fina letra del colegio- y una hucha, pidiendo para la beatificación de don Luis.
El negocio empezó a marchar, porque san Gabriel sisaba menos que el torero Barbas y porque a las esposas del prohombre les movía más a aligerar el dinero la presencia efébica, semidesnuda e indiferente del Arcángel san Gabriel, que, si alguna vez había subido por el noveno coro, ya no subía nunca por miedo de que le quitasen las ganancias y le dieran por retambufa."

(FRANCISCO UMBRAL: "Pío XII, la escolta mora y un general sin un ojo", Editorial Planeta S. A. , 1985)


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