lunes, agosto 27, 2012

COBRANDO LA FATALIDAD


 Un compañero asturiano, con un pie en la jubilación, me contaba ayer la historia de una familia humilde de su aldea, campesinos pobres que a fuerza de trabajo lograban sacar de sus tierras lo necesario para malvivir; así un año tras otro, pudieron pagar lo justo para que les quedara  en el futuro un pequeño subsidio agrario. Hace unos días se encontró a uno de ellos por las calles de Oviedo, se saludaron y, al preguntarle  que qué tal le iba, le dijo, ya ves, aquí, cobrando la fatalidad.
Hoy miles de españoles en paro cobran la fatalidad, esos cuatrocientos euros que les ayudan a afrontar sus penalidades diarias sin caer definitivamente en el umbral de la pobreza; si tienes alguna ayuda familiar, dice la ministra, si tus padres o tus abuelos, que te acogieron otra vez en su casa porque la crisis te dejó en la calle, sin dinero para pagar el alquiler o, sencillamente, desahuciado por el banco al  no poder hacer  frente a la hipoteca,  si tus padres o tus abuelos, digo, no cobran un sueldo de mierda o una pensión mínima, no te podrás acoger a la ayuda, porque hay fatalidades llevaderas de 8.000 euros al mes, y fatalidades fatales, que son las que se hace  cargo el Estado para que nadie  comience a mirarnos como un país tercermundista.
Cobrando la fatalidad o sin cobrarla la vida seguirá su curso y la gente se irá amoldando a las circunstancias. Como somos el meadero de Europa, no nos van a enviar dinero para rescatarnos sino millones de turistas para que disfruten, por cuatro perras,  de nuestras playas, de nuestros aeropuertos vacíos y de nuestras urbanizaciones sin terminar; ya comienzan a salir las primeras estadísticas de viajeros, todas optimistas, y el auge de la industria hoteleras es un hecho en casi todas las costas españolas.
Cobrando la fatalidad se asustan de que haya quien asalte los hipermercados, de que no se puedan pagar los libros escolares, de que los niños lleven el tupper al colegio, de que los emigrantes irregulares reclamen una sanidad pública gratuita, o de que los funcionarios comiencen, por fin, a funcionar, aunque sea protestando en la calle reiterada y sonoramente.
No sé si algún día todos los trabajadores de este país terminaremos cobrando la fatalidad, como sueldo o como subsidio de paro,  pero si eso ocurre, si ese mal día llega, si todos nos vemos abocados a pasar por el tubo de la precariedad laboral, el desempleo o la pobreza, será un mal día para todos, para los vencidos por esta crisis y para los que se aprovecharon de ella; para los derrotados y para los vencedores; para los de arriba y para los de abajo; para los que creyeron en una España moderna, y para los que quieren volver a los abusos y a la falta de derechos laborales de la primera revolución industrial.

Felipeángel (c)

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