martes, agosto 21, 2012

PESPUNTES: "EL PARAÍSO PERDIDO"

Fotografía: Felipeángel (c)

El paraíso perdido es el silencio; intento escribir una historia pero es imposible; llevo más de dos horas escuchando el ruido del motor que aparece en la fotografía; lo han puestos unos operarios de una empresa telefónica, cuyo nombre no aparece escrito en la furgoneta de al lado; vinieron como a las nueve de la mañana, pegando voces, como si fueran una cuadrilla de segadores andaluces camino de los campos castellanos. 
Con estos calores de agosto, dormimos con las puertas y las ventanas abiertas; cuesta conciliar el sueño, así que retrasamos la hora de irnos a la cama; ayer lo hicimos pasadas las dos pero la calle comienza a despertarse a partir de las seis o seis y media. Primero es un vecino que madruga y se va en moto al trabajo; después es el bronquítico, que le da el ataque de tos una hora más tarde, una tos recia y cuartelera que se adentra en las casas como un pegote de esputos; más tarde las limpiadoras de los portales, que animan su tarea con coplas de la Pantoja o, incluso, de Concha Piquer, y hacen corrillos en el que se mezclan los saludos, las penas y las esperanzas. Aún no da el sol en la terraza pero se escucha el trino de los pajarillos, el zureo de las palomas y el ladrido de algún perro.
No es un mal despertar si lo comparamos con el de hoy. El motor lo tendrán encendido hasta que ellos quieran; aunque exista una normativa contra la contaminación acústica, sé que da igual llamar a los municipales o transmitir una queja a quienes así nos maltratan con sus ruidos; existe como una bula para aquellas empresas que impunemente ponen sus cacharros mecánicos junto a los bloques de viviendas y, si las molestias son muchas, nos colocan un cartel que dice que les perdonemos y santas pascuas.
El paraíso perdido es el silencio; uno quiere descansar, pero no puede; uno quiere escribir, pero cuesta hacerlo con este zumbido constante taladrando la cabeza; uno quisiera leer pero hoy la terraza es un campo de batalla; el tren de cercanías, un psiquiátrico con móviles; el autobús, un vagoneta en una  montaña rusa 
urbana. Nada ni nadie nos redime de este suplicio porque la ciudad tiende, cada día, a ser menos habitable, menos cordial, mucho menos humana. Si me pongo tapones, amortiguo el ruido, pero mis dedos se equivocan al escribir estas lineas y no sé si será hoy un día de furia o un día en el que volveré a poner a prueba mi paciencia, mi educación y mi serenidad.

Felipeángel (c)

No hay comentarios: