jueves, enero 03, 2013

DE ESCRITORES Y PUTAS: EMILIO CARRERE



ELOGIO DE LAS RAMERAS

¿Qué busco yo en los ojos de las tristes rameras
que cantan en las calles saetas taciturnas?
¿Por qué amo  yo esos rostros de trágicas ojeras
que son flores monstruosas de mis frondas nocturnas?
Esas bocas que tienen hálitos de hospital,
son vampiros que absorben con besos macerantes,
y son sus almas vírgenes cisternas inquietantes,
igualmente impasibles ante el Bien que ante el mal.
Cisternas inquietantes de linfa corrompida,
como sus sexos, fuentes de un misterioso rito,
en que abrevo mis ansias infinitas de vida,
en las que hunde mi alma su fiebre de infinito.

Cuando beso esos ojos de cerco alucinante,
donde arde la lujuria como sangrienta flama,
busco un algo divino que espero en cada instante
que no he sentido nunca, ni sé cómo se llama.
Poseso de mi triste y absurdo lunatismo,
amo esos ojos, lagos de enturbiado cristal,
y siento que me llaman del fondo de su abismo
los cantos de sirena del pecado mortal.
Amo esa carne impúdica de perverso perfume,
y la selva que guarda la gruta venusina,
y esa alma paradójica, virginal y felina,
que en la gran llamarada del amor se consume.

Yo bien quisiera ser como el viejo Villón
y amar a una ramera de alma triste e inquieta,
y rimando el encanto de mi vivir hampón
esculpir mis preclaros blasones de poeta.
Y sobre la molicie de su busto sedeño
devanar mis baladas y miniar mis rondeles,
remontando la escala de plata del ensueño,
entre el dolor canalla de los hoscos burdeles.
Vagabundo cantor, en las noches tan largas
del arroyo, encenderla en mi dulce pasión,
y besar su cabello de fragancias amargas...
¡Yo bien quisiera ser como el viejo Villón!

Son las sacerdotisas de los ritos galanos,
su agua lustral nos limpia de los densos prejuicios;
guardan sus corazones, monstruosamente humanos,
todas las canalladas, todos los sacrificios.
Azucenas de carne del altar de Afrodita,
saben que son hermanos el placer y el dolor,
y conocen el tedio y la angustia infinita
de la busca humillante del amor sin amor.
Son doctoras sutiles de las iniciaciones,
derrochan su divino caudal de juventud,
y son sus cuerpos, brasas de las ígneas pasiones,
más humanos que el árido gesto de la virtud.
Yo amo esas almas raras, nobles y corrompidas,
con hedor de pantano y excelsitud de cumbres,
y lanzo mis estrofas más hondas y floridas
como lluvia de estrellas sobre su podredumbre.

("Del amor, del dolor y del misterio".- Prensa Gráfica, 1915)

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